BIENVENIDO GRADO 11 CIENCIAS SOCIALES
actividad 3 periodo 2
Area/asignatura: CIENCIAS SOCIALES
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Grado: 11
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Período académico: II
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Docente: GONZALO A. ROCHE SALDARRIAGA
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Argumenta las consecuencias sociales que generan los conflictos
internacionales como el desplazamiento forzado, los refugiados y el genocidio
de naciones.
-Reconoce las características fundamentales de los dos bloques
hegemónicos (Capitalista/Comunista), como sistemas políticos y económicos que
se consolidaron en el marco de la Guerra Fría.
-Explica las implicaciones que trajo a la vida cotidiana de los pueblos
el que sus países hicieran parte de uno u otro bloque.
-Interpreta las repercusiones sociales, políticas y económicas que la
Guerra Fría tuvo para Latinoamérica en casos como la revolución cubana, el
surgimiento de las dictaduras, las guerrillas y el intervencionismo.
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Descripción de las actividades a
desarrollar en el mejoramiento académico:
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Fecha de presentación o de desarrollo de
la actividad:
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IMPORTANTE LECTURA PREPARACIÓN ICFES
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1.enviar al correo electrónico gonzaloroche@iebarriosannicolas.edu.co
revisar el blog del docente Gonzalo Roche en la Pagina Institucional o a la
Dirección http://gonzaroche.blogspot.com donde encuentras el taller y las
instrucciones. Plazo para la entrega el día 7 de julio del año en curso. Las
inquietudes hacerlas llegar por intermedio del correo, o hacer los
comentarios en el blog del docente Gonzalo Roche.
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ACTIVIDAD
1.
La única actividad de este
taller es leer el documento sobre tensiones mundiales, sacar glosario de
palabras desconocidas y hacer resumen para evidencias de lectura.
Tensiones
mundiales.
En la actualidad, vemos cinco
principales áreas de tensiones y conflictos geopolíticos que se
despliegan mundialmente. La primera es la del Medio Oriente, con sus varias
guerras y enfrentamientos directos o indirectos entre Estados. La segunda es la
del Asia-Pacífico, cuyos principales protagonistas son China y Estados Unidos.
La tercera es la del “frente europeo”, con dos expresiones: por un lado, el
Brexit y la llamada “crisis existencial” de la Unión Europea; por el otro, el
enfrentamiento EEUU-UE-OTAN versus Rusia, que hoy tiene en Ucrania una
expresión militar. La cuarta, en América Latina, que se expresa en la crisis y
naufragio casi total del bloque “progresista”. La quinta y última abarca los
múltiples conflictos del África subsahariana y del Cuerno de África.
Guerras en Medio Oriente
después de la Primavera Árabe ahogada en sangre
De esos conflictos geopolíticos, los
más impactantes (pero quizá no los más decisivos a largo plazo) se desarrollan
hoy en Medio Oriente. En primer lugar, la guerra de Siria (o, más bien de
Siria-Irak). La derrota de la Primavera Árabe da paso en Siria, Irak, Libia,
Yemen, etc. a guerras civiles combinadas con confrontaciones geopolíticas e intervenciones
de otros Estados.
Por una combinación de factores, que
van desde las operaciones de las diferentes fuerzas reaccionarias (tanto
locales como de las potencias imperialistas) a las limitaciones sociales y
políticas de los iníciales movimientos, la Primavera Árabe derivó en derrotas o
retrocesos de diversa gravedad. Lo peor ha sido lo de Siria, relacionado
también estrechamente con los procesos político-sociales en Iraq y Líbano.
En esa porción oriental del
“Creciente” o “Medialuna Fértil”, las movilizaciones de masas que tomaron
fuerza especialmente en Siria a lo largo del 2011, fueron sustituidas por lo
que podríamos llamar “pluri-guerras” o “multi-guerras”, donde no hay
simplemente dos bandos combatientes sino una trama compleja de actores directos
o indirectos, locales o exteriores (que obran, estos últimos, como “sponsors” o
patrocinadores). Hablamos de “pluri-guerras” o guerras “multifacéticas” porque
en Siria-Irak especialmente hay una combinación fluctuante de diversos
conflictos armados que es necesario diferenciar, aunque a veces no sea fácil.
La principal de estas “pluri-guerras” se ha venido desarrollando centralmente
en Siria-Irak, con enfrentamientos que se extienden o reflejan también en el
Kurdistán turco, y el Líbano.
Una guerra parecida (aunque con otras
complejidades) se inició también en Libia después de la caída de Gadafi en
octubre de 2011. Luego, en Yemen, el derrocamiento del presidente al-Hadi en
septiembre de 2014 desató un conflicto en el que no sólo intervienen Arabia
Saudita y otros estados árabes (con apoyo de EEUU), sino donde también actúan
por su cuenta y controlan territorios Al Qaeda y el Estado Islámico.
En Egipto, el otro gran epicentro de
las rebeliones en Medio Oriente, el golpe de Estado militar y la dictadura de
al-Sisi impusieron una dura derrota que seguramente no será eterna, pero que
hasta ahora no ha sido remontada. El régimen militar pareciera estar hoy en un
proceso de deterioro –tanto por motivos económicos como de pérdida de consenso
político-social–, que da lugar de tanto en tanto a fuertes estallidos de
protesta. Pero es difícil medir este declive, aunque es evidente que el apoyo
inicial a al-Sisi de sectores de masas (incluso de la clase trabajadora) se ha
ido desinflado. La dictadura trata de compensar esto con más represión.
En Siria (que es el epicentro, junto
con Irak, de esas confrontaciones armadas y también de la situación geopolítica
de Medio Oriente), la militarización de los enfrentamientos sacó de la escena a
un movimiento de masas populares que no tenía modo de continuar en ese nuevo
terreno su alzamiento en forma unida ni políticamente independiente. Esto se
agravó cualitativamente porque, a diferencia de Egipto, la clase obrera y
trabajadora como tal y sus organizaciones no jugaron ningún rol en la inicial
rebelión siria. Todo fue exclusiva y excesivamente “popular”, con el agravante
de que tanto Siria como Irak tienen un mosaico étnico y sectario como no existe
en Egipto.8
En su momento, muchas corrientes de
izquierda en Occidente exaltaron esa deriva a la militarización, como si fuese
el salto a un nivel superior de lucha de la inicial rebelión. Pero la lección
es que sin fuertes organizaciones políticas revolucionarias el paso a la lucha
armada en una rebelión masiva, pero también caótica y sin la menor preparación
político-militar en ese sentido, no es de por sí automáticamente progresivo.
Puede dejar la puerta abierta a derivas y factores muy adversos.
Las masas movilizadas inicialmente
por consignas democráticas elementales, fueron sustituidas por una caótica
guerra de decenas de aparatos militares, que en su gran mayoría no son
independientes sino patrocinados por diferentes Estados regionales (Arabia
Saudita, en primer lugar, seguida de otros gobiernos del Golfo, Turquía, etc.)
y/o por potencias imperialistas, con EEUU a la cabeza.
Las iniciales y dispersas fuerzas de
autodefensa de las protestas democráticas, conformadas al principio por desertores
del ejército de al-Assad, fueron desplazadas total o parcialmente por aparatos
militares en su mayoría islamistas, con combatientes en mayor o menor medida
importados y/o subvencionados desde el exterior por Arabia Saudita u otros
Estados del Golfo, que en muchos casos tienen poco que ver con las poblaciones
en las que operan. Una excepción notable en ese panorama han sido las milicias
kurdas, operativamente importantes pero que no cambian el cuadro global.9
Este cuadro se hizo aún más complejo
con la irrupción del Estado Islámico, originado en Irak pero expandido en
Siria, y nutrido también de jihadistas del más variado origen, con una parte
destacable de Europa occidental y Rusia. Se trata de una guerra que terminó
abarcando abiertamente a dos países (Siria e Irak) y que ha ido involucrando
cada vez más a otros estados.
Es que también, del lado del gobierno
de Damasco, otras fuerzas y potencias regionales y mundiales fueron saliendo a
la palestra. Irán –potencia regional enfrentada a Arabia Saudita– a través de
su protegido en Líbano, el movimiento Hezbollah, fueron los primeros en
intervenir principalmente contra los grupos jihadistas. Las derrotas infligidas
al Estado Islámico, que parecía incontenible, por los combatientes kurdos a
partir de la batalla de Kobane (enero de 2015) y operaciones posteriores, ya
había producido cambios en el escenario de la guerra.
Pero el gran cambio militar lo
determinó la intervención directa de Rusia a partir de septiembre de 2015. Sus
operaciones principalmente aéreas determinaron un vuelco de la guerra favorable
al gobierno de Damasco, sin que eso haya significado que el resultado de la
contienda esté ya decidido.
En este giro (que aún no es
categórico) a favor del régimen de al-Assad habrían pesado no sólo las acciones
militares de Rusia. También opera, contradictoriamente, la magnitud y
consecuencias de la barbarie islamista, que para muchos hace aparecer a la
dictadura “laica” de al-Assad como el mal menor. Y no se trata sólo de la
amenaza del Estado Islámico y el Frente al-Nusra (Al-Qaeda). Buena parte de la
llamada oposición “moderada” ha terminado agrupándose oficialmente a la sombra
de Arabia Saudita, lo que implica toda una definición política y programática
de qué régimen alternativo sostienen frente a la dictadura de al-Assad.10
Este giro militar desfavorable a EEUU
y sus amigos, y sobre todo la amenaza del Estado Islámico, fueron factores
decisivos para que se iniciaran negociaciones, conformando el International
Syria Support Group (ISSG)11, con Estados Unidos y Rusia como co-presidentes.
Esto dio lugar a algunas semi-treguas en Siria, con negociaciones paralelas.
Sin embargo, esta alternancia de negociaciones y combates no ha llegado hasta
ahora a una definición. En estos momentos, principios de noviembre, la
sangrienta batalla de Alepo es esboza como el terreno donde se decidirán las
cosas.
En las dificultades para lograr una
salida negociada se reflejan los diferentes intereses no sólo de los
protagonistas sirios de esta guerra sino también, decisivamente, de los
distintos estados mundiales y regionales, que intervienen directa o
indirectamente Veamos más en detalle este intríngulis geopolítico.
En primer lugar, como señalamos,
operan bélicamente, por un lado, Estados Unidos y dos de sus socios menores
europeos, el Reino Unido y Francia; por el otro, Rusia. Esas intervenciones
implican operaciones directas, como sus respectivos bombardeos aéreos en Siria
e Irak, aunque todavía actúan sin tropas en el terreno o con un número limitado
de “especialistas”, como Rusia y EEUU.
Pero, a su vez, sus intervenciones se
entrelazan (o, más bien, se entrechocan) con las políticas (contradictorias) y
los operativos de las diferentes potencias regionales, como Turquía, Arabia
Saudita (y otros Estados del Golfo) e Irán. Cada una de ellas tienen intereses
y políticas no sólo diferentes sino también en mayor o menor medida
contradictorios en esa zona, y además desarrollan distintas relaciones con las
potencias mundiales.12
Una vez más, la guerra es la
continuación de la política por otros medios. Y los objetivos geopolíticos de
cada una de esas potencias mundiales y regionales, están lejos de coincidir
plenamente. ¡Cada una tiene su propio programa! Por lo tanto, cada cual hace su
propia guerra. Veamos caso por caso.
Simplificando excesivamente, podemos
decir que Estados Unidos quisiera derrotar al Estado Islámico pero también –¿en
primer lugar?– sacar a al-Assad para imponer un gobierno pro occidental en
Damasco que, además, desaloje a los rusos de sus bases naval y aérea. EEUU (y
sus socios de la OTAN) reclaman la salida de al-Assad por ser un desalmado
dictador… mientras sostienen la no menos bestial dictadura de al-Sisi en
Egipto, la barbarie de la monarquía saudita y el genocidio de Israel contra los
palestinos.
Rusia, por el contrario quiere
mantener sus bases navales y aéreas, y, en general, su peso geopolítico en la
región, hasta ahora ligados a la continuidad del régimen sirio. Esto incluye
mantener a al-Assad (o por lo menos al Ba’ath) en el gobierno, y aplastar a los
islamistas, que son también un problema, tanto al interior de Rusia como en las
regiones del sur de Cáucaso y en Asia Central.
El panorama geopolítico regional se
hace aún más complejo, por la mayor o menor pérdida de control del imperialismo
norteamericano sobre dos potencias regionales, Arabia Saudita y Turquía, que
hoy hacen en buena medida su propio juego, aunque sin ir a una ruptura abierta
con Washington. Simultáneamente, Israel también diverge con las orientaciones
de Washington bajo Obama, en primer lugar con los acuerdos con Irán.
Arabia Saudita patrocina en Siria y
otros países a una variedad de grupos de islamistas “buenos”–que se presentan
como menos salvajes que el EI o el Frente al-Nusra (al-Qaeda de Siria)– para
reemplazar a al-Assad. Esto podría garantizarle el dominio de Siria y la
extensión allí de la barbarie wahabita, variante del Islam sunnita
consustancial con el poder de la monarquía saudí. Además, a Arabia Saudita le
convendría el colapso del gobierno de Bagdad en Irak, por su estrecha relación
y dependencia de Irán, su gran rival como potencia regional en una competencia
convenientemente adobada de fanatismos religiosos: Riad, como capital del Islam
sunnita, versus Teherán, capital política de la herejía chiíta. Ése ha sido uno
de los pretextos del genocidio en Yemen a manos de la coalición encabezada por
la monarquía saudí. Para complicar este embrollo, hay que agregar que los
intereses y políticas de los otros estados del Golfo tampoco coinciden exactamente
con los de la familia Saud.
En Turquía, el gobierno de Erdogan
desea, en primer lugar, un genocidio de kurdos a ambos lados de la frontera con
Siria. Con ese objetivo, ha roto las negociaciones de paz con el PKK, que es la
principal fuerza política en la parte del Kurdistán bajo dominio turco. Desde
entonces, sobre todo después del fallido golpe de Estado de julio pasado,
Erdogan se ha embarcado en una deriva cada vez más autoritaria, desplegando una
represión brutal contra amplios sectores políticos y de la intelectualidad que
nada tuvieron que ver con ese golpe.
Esto se inscribe además en una
concepción geopolítica más global llamada “neo-otomanista”, que pesa en su
movimiento. Es decir, el sueño de la hegemonía regional de Ankara sobre los
territorios que fueron parte del Imperio Otomano, como Siria e Irak. En aras de
esos intereses y proyectos, Erdogan, descaradamente, dejó correr al Estado
Islámico, por lo menos hasta hace poco. Facilitó sus exportaciones de petróleo
a través de su frontera con Siria y permitió que por ella el EI recibiese armas
y combatientes. Simultáneamente, operó contra los kurdos, una de las pocas
fuerzas que se demostró capaz de derrotar al EI.
Al mismo tiempo, Erdogan ha venido
jugando con otra alternativa geopolítica –contradictoria con el “otomanismo”–,
la integración de Turquía a la Unión Europea, perspectiva que estaba en
suspenso. La crisis europea de los refugiados la ha descongelado relativamente.
Por 3.000 millones de euros, por una mayor apertura de las fronteras de la UE a
ciudadanos turcos, y por la promesa de reabrir las negociaciones de ingreso,
Erdogan hizo promesas de contención de los refugiados.
Tampoco ha sido una traba para los
demócratas de Berlín y Bruselas que Erdogan, además de las renovadas masacres
de kurdos, haya dado un vuelco dictatorial, con persecuciones crecientes y
brutales a la prensa, a la intelectualidad y a los partidos de izquierda o
derecha que se atreven a criticarlo. Su último paso hacia el establecimiento de
una dictadura presidencialista ha sido el de tratar de despojar de sus fueros a
los parlamentarios de izquierda para poder encarcelarlos “legalmente”.
Esos vaivenes de Erdogan sufrieron
cambios bruscos tras el fracasado intento de golpe militar en julio. Además de
redoblar su curso dictatorial y represivo, ha dado un giro a tejer acuerdos con
Rusia, con la que venía teniendo choques graves, como el derribo de un avión
que operaba en la frontera con Siria. Todo esto ha puesto en cuestión tanto
esos acuerdos con la UE como sus relaciones con Washington. Sin embargo, al
tiempo que se abraza con Putin, Erdogan restablece relaciones con Israel, rotas
en 2010 luego del sangriento ataque sionista a los barcos turcos que llevaban
ayuda humanitaria a Gaza. Y hace esto sin que Israel satisfaga su demanda
expresa de levantamiento del bloqueo de Gaza.
Irán, por su parte, sostiene como
potencia regional intereses contradictorios, en especial con Arabia Saudita.
Apoyándose en su carácter de metrópoli de la otra gran corriente del Islam, el
chiísmo, Irán ha extendido su influencia político-militar en Irak, Siria y
Líbano. En Irak, tras la invasión de Bush en 2003 y el inicio de la resistencia,
EEUU tuvo como eje de su política alentar los enfrentamientos sectarios de
chiítas versus sunnitas, que de rebote favorecieron a Irán. Esto se agravó aún
más luego de la “retirada” de las tropas de EEUU en 2011, dejando a un gobierno
sectario-chiíta que profundizó ese apartheid con asesinatos, violaciones y
despojos a la población sunnita. En ese horno se cocinó finalmente el Estado
Islámico.
El desbande inicial del corrupto
“ejército” iraquí frente al EI obligó a una recomposición política y militar,
intentando una mayor inclusión, aunque en ella se conserva la hegemonía de los
partidos y sectores confesionales afines a Irán.
Asimismo, en Líbano, la derrota en
2006 de la invasión de Israel por el partido-ejército chiíta Hezbollah fue otro
triunfo de gran importancia geopolítica que favoreció a Irán. Ahora, en Siria,
Hezbollah ha jugado un papel importante en la lucha a favor del régimen de
al-Assad, sostenido por Teherán.
Finalmente, el acuerdo nuclear de
Irán con las potencias del P5+1 (EEUU, Reino Unido, Francia, Rusia y China +
Alemania) acabó con las sanciones que castigaban su economía y la fortaleció
como potencia regional.
En resumen: ¿Cómo se pueden unir esos
distintos actores geopolíticos, con intereses en mayor o menos medida opuestos
(o por lo menos diferentes) para enfrentar en serio al Estado Islámico? El
aspecto caótico del escenario de Siria, Irak y sus vecinos tiene que ver, en
parte, con esas múltiples discordias.
Medio Oriente combina además otros
problemas geopolíticos de gran importancia, aunque hoy aparezcan en segundo
plano por lo de Siria-Irak. En primer lugar, el del enclave colonial que
constituye Israel, que es otra bomba de tiempo geopolítica.
Las corrientes políticas hoy
mayoritarias en Israel han abandonado hace tiempo la farsa de las
“negociaciones por los dos Estados”. La política de “limpieza étnica” se aplica
más que nunca en Jerusalén y Cisjordania, donde se han redoblado los desalojos
por la fuerza de familias palestinas para traspasar sus viviendas y campos a
los colonos sionistas. Y en Gaza, el bloqueo, custodiado además por la
dictadura de Egipto, está llevando a la población a una situación desesperante
desde todo punto de vista: alimentación, vivienda, sanidad, provisión de agua,
etc.
Además, Israel es una potencia
nuclear políticamente conducida por sectores caracterizados por un racismo tan
demencial como provinciano (algo habitual en las experiencias coloniales, desde
la Sudáfrica “blanca” a la Argelia “francesa”). Israel se ha habituado –ya como
norma– a provocar periódicamente algún baño de sangre que alinee además al
“frente interno”. Esto –potencialmente peligroso– se agrava por las relativas y
crecientes dislocaciones del cuadro geopolítico mundial. Washington ya no es el
inapelable árbitro, el “superimperialismo” que ponía orden en el mundo y
también en su propio campo.
3.2. Tambores de guerra en
Asia-Pacífico: China versus EEUU-Japón
Otra área del planeta en que los
enfrentamientos geopolíticos están en primera fila –aunque todavía sin
derramamiento de sangre– es la de Asia-Pacífico. Aquí, sin tanto estruendo como
en Medio Oriente, está ya en juego la confrontación geopolítica más importante
y de fondo en lo que va del siglo XXI. Esta confrontación –aunque tenga como
epicentro el Asia-Pacífico– es mucho menos “regional” que las de Medio Oriente,
y tiene consecuencias más directamente globales. Pero simultáneamente hace
menos “ruido” que lo de Medio Oriente, porque este enfrentamiento es aún
potencial a nivel militar. Hasta ahora no se ha disparado un tiro, ni menos un
misil.
Los antagonistas principales son
China y Estados Unidos (secundado, en primer lugar, por Japón). Cada uno de
ellos tiene su cortejo de acompañantes con muy distintos grados de fidelidad y
compromisos. ¡Incluso hay varios que intentan poner un pie en cada lado! Esto
se ha visto agudizado tras el “giro al Pacífico”, la reorientación geopolítica
anunciado por Obama a fines del 2011, que pretende hacer el relevo de la
malograda aventura de los Bush y sus “neocons” de colonización directa del
“Gran Medio Oriente” iniciada con las invasiones de Afganistán e Irak.13
Mirá también: La derecha británica comienza a hacer
realidad el Brexit
El meollo geopolítico del “giro al
Pacífico” de EEUU es el enfrentamiento a China, lo que puede derivar en
conflictos de alcances más amplios y de consecuencias mucho más graves que los
actuales de Medio Oriente. Esto abarca un conjunto de medidas, en primer lugar
militares: más del 60% de la flota de EEUU se ha mudado al Pacífico, y hay
construcción de más bases yanquis en Filipinas, Australia y otros países. Pero
también hay medidas políticas y económicas, como el proyecto de acuerdo de
libre comercio TPP (Trans-Pacific Partnership).
A nivel militar, esto implica un
despliegue bélico por ambos lados, de dimensiones inéditas desde la Segunda
Guerra Mundial, ya que incluye, como dijimos, el rearme del imperialismo
japonés, en carácter de aliado número uno de EEUU. Bajo su actual gobierno de
derecha, Japón ha abandonado la línea de “pacifismo” y de fuerzas armadas
“defensivas”, que fue su política de Estado desde la posguerra.
Simultáneamente, China viene haciendo
un giro no menos radical, que también constituye un abanico de operativos
políticos, económicos y militares. Además de iniciar un vasto programa de
reconversión militar que la transformaría de potencia terrestre-defensiva en
potencia marítima-ofensiva (como lo es EEUU o lo fue el Imperio Británico),
China se ha embarcado en varios gigantescos proyectos financieros y económicos
globales.
Para extender sus brazos a todo el
mundo –y en, primer lugar, a la región Asia-Pacífico-Índico apuntado hacia
Europa–, ha comenzado por fundar nuevas instituciones financieras globales como
el Asian Infrastructure Investment Bank (paralelo al Banco Mundial), el New
Development Bank (donde está asociado con Rusia, India, Brasil y otros países)
y el New Silk Road Fund (Fondo para la Nueva Ruta de la Seda). Este último
atañe a un proyecto estratégico clave de expansión de su influencia, tanto
económica y financiera como política y militar.
La antigua “ruta de la seda” era
terrestre.14 La nueva combina distintos “trazados”, por tierra y por mar, que
la ensanchan notablemente de Norte a Sur, abarcando desde Rusia hasta África,
el Índico y el Pacífico. Esas rutas definen, respectivamente, dos operativos
distintos de desarrollo: el del Silk Road Economic Belt y el Maritime Silk
Road. El primero tiene que ver con las rutas por tierra; el segundo, con las
vías marítimas, lo que incluye también bases, islas artificiales y puertos bajo
su control. Así, en Grecia, COSCO, la colosal empresa estatal china de
transporte de containers, se ha apoderado del estratégico puerto de El Pireo,
desde donde puede llegar luego a toda Europa.
La “nueva ruta de la seda” apunta no
sólo a comerciar con Europa (tiene derivaciones también hacia África y América
Latina), sino a lograr, a lo largo de esas rutas terrestres y marítimas,
clientes y/o socios en distintos negocios y proyectos productivos o de
infraestructura, con diferentes grados de compromiso, tanto a nivel estatal
como privado. Con Irán, por ejemplo, Xi Jinping firmó en enero pasado “acuerdos
de cooperación” en 17 rubros distintos. Pero, al subir al avión, no regresó a
China, sino que bajó en Arabia Saudita (el archienemigo de Teherán), donde hizo
negociaciones similares, que además incluyeron a otros estados del Golfo.
En ese marco, China también viene
desarrollando con Rusia lazos que parecerían ser crecientes, y no sólo
económicos. Éstos van desde la construcción del monumental ferrocarril recién
inaugurado de casi 6.000 km (para comparar, recordemos que la distancia de
Nueva York a San Francisco es de 4.200 km) y Harbin-Ekaterimburgo (desde donde
se conectan a las redes de ambos países) hasta diversos acuerdos (como la
“Alianza Energética” desde el 2014). Esta Alianza es una alternativa frente a
los mercados europeos, con problemas para Rusia después de las sanciones de
Occidente por la cuestión de Ucrania. También China ha firmado acuerdos
millonarios de compra de armamentos, especialmente caza-bombarderos y misiles,
rubros en los que Rusia se mide de igual a igual con EEUU.
Rusia y China, tempranamente, en
1996, constituyeron la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS). Esta
entidad también agrupa –con muy distintos grados de compromiso (miembros
plenos, observadores, invitados, etc.)– a otros Estados, como las ex repúblicas
soviéticas de Asia Central, Irán, etc. La OCS tiene también una sección
militar, aunque está a años luz de ser algo comparable a la OTAN. Rusia y China
han realizado, por ejemplo, ejercicios militares conjuntos.
También, recientemente, la flota rusa
del Pacífico y la de Beijing hicieron por primera vez ejercicios conjuntos en
el Mar de China Meridional, la zona disputada donde además EEUU cuestiona la
soberanía china y desata periódicamente incidentes.
Sin embargo, aunque las políticas
internacionales de Rusia y China tienden a una convergencia aún no son
exactamente las mismas. Mientras Rusia en Siria bombardea a los islamistas
patrocinados en su mayoría por Arabia Saudita, Xi Jinping viaja simultáneamente
a Teherán y a Riad para hacer negocios, en el proyecto de la “ruta de la seda”.
El notable giro militar de China apunta centralmente en otro sentido: en primer
lugar, al Asia-Pacifico, y en especial al dominio de los mares adyacentes a su
territorio, por los que circula, además, más del 40% del comercio mundial.
En ese marco, China desea ante todo
equilibrar o superar el poder bélico de Estados Unidos en la región. Para eso
está fortaleciendo aceleradamente su marina y aviación y construyendo bases en
el rosario de islas y arrecifes de los mares de China, cuyas soberanías están
en disputa. Se trata, en el Mar de China Oriental, de las islas Diaoyu
(reclamadas por Japón, que las denomina Senkaku), y en el Mar de China Meridional,
las islas Spratly y las Paracelso, reclamadas por Filipinas y Vietnam. Esto no
sólo ha alentado esos reclamos de países de la zona, sino también provocaciones
militares sistemáticas de EEUU.15
El dominio militar de esos mares
costeros o vecinos es el objetivo inmediato. Pero eso se inscribe, como antes
señalamos, en una mutación militar radical: pasar de potencia militar terrestre
a potencia marítima, lo que apunta a mucho más allá de sus costas.
Esto refleja cambios más globales en
las relaciones de fuerzas. Inicialmente, en la época maoísta, la postura era
defensiva, basada en las dimensiones del territorio de China –un
país-continente– y el número de su población, que permitía poner en pie
ejércitos inmensos, pero que no podían ir mucho más allá de su territorio. Esto
sólo desalentaba a un hipotético invasor terrestre. Mientras tanto, los mares
de China, desde el Mar Amarillo hasta el Mar de la China Meridional, eran lagos
controlados por los portaaviones de la flota yanqui, y lo mismo sucedía en todo
el Pacífico.
Esto es hoy intolerable para China,
segunda potencia económica mundial, con planes de expansión global como los ya
explicados. El giro a potencia marítima incluye desde la construcción de más
portaaviones, junto con una flota de submarinos, hasta el desarrollo de ese
rosario de islas artificiales y bases militares que están acordonando sus mares
costeros.
Sin embargo, la distancia entre China
y EEUU como potencias marítimas aún es colosal. EEUU no sólo lleva todavía una
enorme ventaja en el número de portaaviones sino también, en general, en
tecnología. Pero China estaría acortando distancias. Se ha anunciado, por
ejemplo, un nuevo misil –el Dong Feng-21D–, llamado “asesino de portaaviones”.
Supuestamente, desde 1.500 kilómetros, sería capaz de acertarles y hundirlos.
Asimismo, ha desarrollado un caza de los llamados “de quinta generación”
Sin embargo, la presencia militar
china ya no se reduce a sus propios mares. Simultáneamente, ha comenzado la
instalación de su primera base militar en el extranjero, en Yibuti, en el
Cuerno de África, que controla el estratégico ingreso al Mar Rojo y por
consiguiente las rutas marítimas a Europa, y la ha instalado cercana a la
antigua base de EEUU. Los aullidos de protesta de Washington no conmovieron al
gobierno de Yibuti, que hoy es uno más de la extensa clientela de Beijing en
África.
Por supuesto, esto es aún
incomparable con los centenares de bases de EEUU y la OTAN en casi todo el
planeta. Pero la expansión económica global desarrollada por China, así como
los variados operativos de diferente naturaleza que incluyen los proyectos de
las “rutas de la seda”, estarían acoplando elementos militares, sobre todo en
regiones estimadas “inseguras”, como África o Medio Oriente.16
Acotemos que, desde hace unos siete
años, China es el principal socio comercial de África. En 2014, sus
intercambios llegaron a los 210.000 millones de dólares. Las inversiones
directas chinas se multiplicaron por treinta en una década, y más de 2.500
empresas chinas hacen negocios en África en sectores como finanzas,
telecomunicaciones, energía, manufacturas, agricultura y extracción de materias
primas.
Por su parte, aunque EEUU ha
respondido desde fines del 2011 con el “giro al Pacífico”, está por verse su
efectividad y magnitud. Se cuestiona que EEUU no ha podido salir aún del
pantano de Medio Oriente para volcarse de lleno al nuevo eje de enfrentamiento
a China. Los acuerdos con Irán han ayudado, pero no han solucionado todo a EEUU
en esa región. Además, es evidente que EEUU no ha logrado un sólido “frente
único” antichino, comparable a la coalición de Occidente contra la Unión
Soviética después de la Segunda Guerra Mundial.
El imperialismo japonés es, por
razones obvias, el socio más fervoroso en la cruzada contra Beijing, pero hasta
incondicionales de EEUU, como Corea del Sur, prefieren ser cuidadosos y estar
simultáneamente en buenos términos con China.17 Otro caso aún más decepcionante
para Obama fue la inmediata adhesión del Reino Unido –el más estrecho aliado
histórico de Washington– al Asian Infrastructure Investment Bank, rival chino
del Banco Mundial manejado por EEUU. Los alaridos de cólera en Washington por
esa deslealtad de la “pérfida Albión” se oyeron en todo el mundo. Asimismo
Australia, miembro importante del TPP, también optó por tener un pie en cada
lado y adhirió al AIIB.18
Otro ejemplo de cómo ha variado el
péndulo viene de Afganistán y Pakistán, región estratégica para la ruta de la
seda y el dominio del océano Índico. Después de la retirada de la Unión
Soviética de Afganistán (1989) y la invasión de Bush en 2001, la región
Afganistán-Pakistán fue territorio bajo exclusiva e indiscutida hegemonía de
EEUU, aunque también con esa imprudente invasión del 2001 inició su relativo
declive. Ahora es China la que está pisando fuerte allí.
Esto se corresponde con algunos
gigantescos emprendimientos chinos en ambos países, pero principalmente en
Pakistán, en el marco de los proyectos de la “ruta de la seda”. Por ejemplo, la
iniciativa de un “corredor chino-pakistaní” –compuesto de autopistas, trenes y
oleoductos– que desde el este de China atravesará Pakistán hasta Gwadar,
antiguo puerto sobre el Mar de Omán (en el Índico). Allí, China construye un
nuevo e inmenso puerto.
Otros giros notables lo acaban de dar
Filipinas y Malasia. Ambos países tienen reclamos en el Mar de la China
Meridional, donde China construye sus islas artificiales y hay frecuentes
incidentes navales y aéreos con EEUU. Pero, sorpresivamente, a fines de octubre
y en noviembre, ambos gobiernos hicieron su “peregrinación” a Beijing y juraron
amistad y fidelidad a China, dando ostentosamente la espalda a EEUU.
Lo más grave de esto –como hecho y
como síntoma– es lo de Filipinas, dominio colonial de EEUU desde fines del
siglo XIX, donde están varias de las principales bases militares de EEUU en el
Pacífico. A su regreso de China, Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas,
exigió el retiro de las fuerzas miliares de EEUU en un plazo de dos años.
En resumen, con todas sus
contradicciones y complejidades, la geopolítica del Asia-Pacífico está signada
por el ascenso de China y la confrontación de EEUU a ese ascenso.
Hoy el gran interrogante es cuánto
afectará al despliegue geopolítico chino la crisis que manifiesta hoy su
economía. Es difícil pronosticarlo, tanto a nivel estrictamente económico-financiero
como político y geopolítico. Los datos “oficiales” de la economía china son
dudosos. Es muy probable que las cosas sean peores de lo que reconoce Beijing.
Pero eso no implica, mecánicamente, que se desaceleren las iniciativas
expansivas de las “rutas de la seda” ni otros planes audaces, incluyendo sus
aspectos político-militares, que en última instancia son el componente número
uno de las confrontaciones geopolíticas. Al contrario, pueden recibir más
impulso.
Es que, muchas veces en la historia,
las clases dominantes, con sus gobiernos y estados, han respondido a las crisis
y problemas internos mediante operaciones económicas, políticas y militares de
expansión en el exterior. Las dimensiones de China como segunda potencia
mundial –con una economía para la que es imprescindible la expansión en dos
sentidos, de ida y vuelta– hacen difícil de concebir un rumbo de cerrarse sobre
sí misma. El gran obstáculo a eso sería si la crisis económica motivase
estallidos y luchas sociales y políticas a gran escala, sobre todo del inmenso
proletariado chino, el más numeroso y más joven del mundo.
3.3. El Brexit, Ucrania y las grietas
en el proyecto de la Unión Europea
Europa presenta también una
agudización de tensiones geopolíticas, inéditas desde la caída del Muro de
Berlín y la disgregación de Yugoslavia, que además tuvieron signos distintos a
las actuales. En la región, se destacan hoy dos contenciosos.
En primera fila está el Brexit, es
decir, la salida del Reino Unido de la Unión Europea, que triunfó en el
referéndum del 23 de junio pasado. Este hecho levanta el telón sobre una crisis
que abarca al conjunto de la UE como tal. A esto se suman otras grietas que
apuntan potencialmente a rupturas en los mismos estados europeos, entre ellas
Escocia en relación con el Reino Unido, Catalunya respecto del Estado español,
Flandes respecto de Bélgica, etc.
Además, en Europa hay otro frente de
tensiones geopolíticas que se expresan en la crisis, secesión y guerra civil de
Ucrania, y que están enmarcadas en una operación geopolítica más amplia,
alentada principalmente desde Washington: el cerco militar EEUU-UE-OTAN contra
Rusia. Esto involucra directamente –como “carne de cañón” actual o potencial– a
una cantidad de estados menores, en un arco que va desde el mar Báltico al
Cáucaso, y donde Ucrania viene siendo la víctima principal.
El Brexit y la crisis de la Unión
Europea
El relativamente inesperado Brexit es
un hecho de gran importancia. Pero, precisamente por eso, hay que marcar sus
límites. Es que inicialmente motivó caracterizaciones “catastrofistas” y
desmesuradas. Marine Le Pen –por ejemplo– lo definió como “de lejos, el mayor
evento histórico que ha conocido nuestro continente desde la caída del Muro de
Berlín”.
Definiciones como ésa se repitieron en
Europa y el mundo. La caída del Muro en 1989 y su consecuencia casi inmediata,
la disolución de la Unión Soviética en 1990-91, marcaron un cambio mundial de
época. Finalizó allí todo un ciclo histórico, que el marxismo definió como de
“crisis, guerras y revoluciones”, iniciado con la Primera Guerra Mundial de
1914-18 y la Revolución Rusa de 1917. Una de sus consecuencias gigantescas es
que, a partir de allí, se produce la restauración del capitalismo en todos los
Estados supuestamente “socialistas” del planeta19, incluyendo, por ejemplo, a
China y Vietnam, que no habían tenido nada que ver directamente con la caída
del Muro de Berlín. La otra consecuencia, no menos trascendental, fue la
desaparición del Estado soviético, que durante toda esa época había jugado un
papel mundial de primer orden, aunque extremadamente contradictorio.
Como decíamos, la separación del
Reino Unido de la Unión Europa es indiscutiblemente un hecho de capital
importancia. Y además, no es meramente un contencioso entre ese Estado y la UE.
Indica una crisis grave, “existencial” de la UE, con una pérdida de legitimidad
y consenso en Europa, pero sus consecuencias últimas (y sus dimensiones) aún
están por verse.
Lo primero a tener en cuenta es que
la campaña por la ruptura del Reino Unido con la Unión Europea fue hegemonizada
por los sectores de derecha y extrema derecha. El eje propagandístico de esa
campaña fue la advertencia sobre las hordas de salvajes inmigrantes africanos,
polacos y rumanos que invadirían el Reino Unido por culpa de la UE. Esas hordas
no sólo quitarían los puestos de trabajo a los británicos, sino que además
“pondrían a las mujeres británicas frente al peligro de violaciones masivas”
(como dijo Nigel Farage, líder del UKIP, en vísperas del referéndum).
Se trató de una campaña demagógica,
que explotó temores y percepciones vinculadas con el deterioro en las
condiciones de vida de amplios sectores de trabajadores, atribuyéndoselo a los
inmigrantes y no al verdadero culpable, el gran capital. También cuestiona la globalización,
pero desde un ángulo nacional imperialista y proteccionista, que busca ensalzar
la “gloria perdida” del Imperio Británico (un ángulo similar al que agita Trump
en EEUU, en el sentido que el imperialismo yanqui recupere su “grandeza
nacional”).
En síntesis: el Brexit es una ruptura
con la Unión Europea… pero por la derecha, no por la izquierda. Es verdad que
en el voto por irse de la UE (como también en el voto por permanecer)
concurrieron otras motivaciones distintas a las que imprimieron las campañas
oficiales del “Leave” y el “Remain”. Son motivaciones contradictorias y
opuestas a esas campañas oficiales. Por ejemplo, el repudio a la austeridad y
las privatizaciones, que son la “marca de fábrica” de la Unión Europea. También
el rechazo al gobierno conservador de David Cameron, que era el jefe de la
campaña por permanecer en la UE y que tiene un récord de ataques a los
trabajadores. Pero esos motivos quedaron desdibujados.
Para entender mejor estas
contradicciones, hay que comparar el referéndum del Brexit con el realizado en
Grecia, en julio de 2015, que votó un rotundo rechazo al plan de austeridad que
pretendía imponer la Unión Europea y su Troika. Un plan que además estableció
abiertamente un protectorado colonial de Berlín-Bruselas sobre el país. Si a
partir de allí se iba a un “Grexit”, hubiese sido también una ruptura con la
Unión Europea, pero por la izquierda. O sea, opuesta por el vértice a la del
Reino Unido. Habría tenido también un impacto sobre el conjunto de la UE, pero
en otro sentido al del Brexit, un impacto hacia la izquierda.
Mirá también: Bolivia: Gobierno de facto amenaza con no
permitir elecciones en Chaparé
La traición de Tsipras y Syriza, al
capitular ante la Troika, no sólo impidió eso, sino que generó también
internacionalmente desmoralización y desconcierto en la oposición a los planes
de austeridad y miseria que venía creciendo por izquierda en Europa.
Es un hecho que el triunfo del Brexit
ha provocado una conmoción europea y mundial. Fortalece las tendencias hacia la
disgregación del orden mundial erigido en las últimas décadas. Y éste no es un
mero problema británico: el Brexit es un bombazo continental. Es la Unión
Europea en su conjunto la que es cuestionada. El Bréxit sólo refleja su crisis
y deslegitimación global en dos aspectos claves.
El primer aspecto es que la UE es una
institución esencialmente dedicada a aplicar las políticas neoliberales de
privatizaciones y austeridad contra los trabajadores, las masas populares y la
juventud. Trabaja exclusivamente en beneficio del capital financiero y las
grandes corporaciones, en primer lugar los bancos alemanes y franceses. El
segundo es el carácter profundamente antidemocrático de la UE. El “Parlamento”
europeo es sólo una farsa sin el menor poder. Ese “Charlamento” existe para
disimular que todo lo manejan discrecionalmente altos funcionarios nombrados a
dedo por esos poderes.
Ya es visible una cada vez más
irritante jerarquía de Estados: ordena y manda Alemania, asistida por Francia,
que son los dos principales imperialismos continentales. En las mazmorras están
naciones como Grecia, cuya relación con la UE es la de protectorado colonial. Y
la distancia entre ambos extremos crece. Los de más abajo, además de estar en
la miseria, han perdido sus soberanías nacionales, pero no para ser parte de
una supuesta “soberanía europea”, sino para obedecer lo que dicten desde Berlín
y Bruselas los políticos y banqueros alemanes y franceses.
Hoy estamos ante la deslegitimación y
crisis más grave de ese engendro de los imperialismos europeos, desde la fundación
de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) en 1950-51, del Mercado
Común Europeo (CEE) en 1957 y, finalmente, de su sucesora, la actual UE. Según
encuestas, ya habría varios países en los que en un referéndum ganaría el voto
de ruptura total o parcial.
Frente a esa crisis, es imperioso que
la izquierda socialista y revolucionaria europea levante un programa
independiente. Hay que desechar las utopías de “reformar” la UE, pero también
enfrentar las alternativas de derecha, de retornar a la total fragmentación de
estados nacionales. La crisis de la UE vuelve a poner de actualidad el programa
de “Estados Unidos Socialista de Europa” o de federación socialista.
La guerra de Ucrania: EEUU, la UE y
la OTAN contra Rusia
Otra cuestión capital es la del
frente europeo del enfrentamiento EEUU-OTAN con Rusia. Aquí, la UE y sus
Estados –incluso “los que mandan” sobre toda Europa, como Alemania– juegan un
papel notablemente subordinado a Washington.
La confrontación creciente con Rusia
ha sido calificada por algunos como la “nueva Guerra Fría”. Esta definición
apunta a rasgos similares –por ejemplo, Washington vs. Moscú–, pero tiene el
peligro de dejar de lado las siderales diferencias con la verdadera Guerra Fría
de la segunda posguerra.20
Este enfrentamiento refleja ante todo
que EEUU (acompañado con diversos matices por los imperialismos europeos,
unidos en la OTAN) tenía y tiene como Norte impedir que Rusia vuelva a levantar
cabeza, recobrando en mayor o menor medida el peso geopolítico de la antigua
Unión Soviética.
Por supuesto, la actual Rusia de
Putin está lejos de eso. Pero si la medimos no en relación con la ex URSS en
sus momentos cumbres, sino con la ruina casi semicolonial que era en tiempos
del alcoholizado Boris Yeltsin, hay que concluir que ha logrado una
recuperación notable como potencia entre mundial y regional. De hecho, en
Siria, EEUU ha debido tragarse varios sapos, y aceptar tratar de igual a igual
con el Kremlin.
A nivel europeo, el caso de Ucrania
marca el enfrentamiento más resonante en esa región. Pero es sólo un último
eslabón en la cadena del cerco geopolítico y militar que EEUU y la OTAN fueron
extendiendo alrededor de Rusia desde el Báltico al Cáucaso, inmediatamente
después del derrumbe de la URSS.
Lo de Ucrania también ha sido un
ejemplo de cómo dos rebeliones populares –la primera en Kiev y la segunda en el
este–, ambas con motivos inicialmente legítimos, pudieron ser finalmente
controladas y encuadradas desde arriba, a falta de otras alternativas, por
fuerzas políticas afines al imperialismo yanqui y a Moscú, respectivamente.
Como antes señalamos, después de
disolverse la Unión Soviética en 1991, fue burlada la promesa solemne de EEUU a
Rusia de que no trataría de establecer un cerco militar de la OTAN a su
alrededor. Fue política invariable de Washington montar y extender ese cerco, a
pesar de que por largo tiempo no sólo con Yeltsin sino incluso inicialmente con
Putin, el Kremlin trató de evitar enfrentamientos con EEUU, cediendo y
cediendo. Sin embargo, ese cerco militar se fue extendiendo desde el Báltico al
Cáucaso, en la mayoría de los casos mediante la incorporación a la OTAN de
estados cercanos o fronterizos (como Polonia, Rumania, etc.), y la instalación
de bases de misiles que apuntan provocativamente al corazón de Rusia.
Ni la buena letra que hicieron al
principio los sucesivos gobiernos rusos ni los descalabros de las aventuras
coloniales de Bush en Medio Oriente suspendieron ese operativo de
hostigamiento. Así, en 2008, Washington alentó a Mijail Saakachvili –un
aventurero corrupto georgiano-estadounidense que había logrado instalar como
presidente de la ex república soviética de Georgia– a iniciar provocaciones
bélicas contra Rusia. En pocos días esto terminó en una catástrofe militar para
los georgianos.
Lo de Ucrania ha sido mucho más
serio. La inicial rebelión popular en Kiev, de sectores principalmente
juveniles y de clases medias de la capital, fue rápidamente copada desde abajo
por la militancia de extrema derecha, y desde arriba, por los políticos subordinados
a EEUU. Han quedado para la historia las difundidas grabaciones telefónicas de
Victoria Noland (responsable de asuntos europeos del Departamento de Estado),
dictando a sus títeres de Kiev la política y la composición del futuro gobierno
“ucraniano”, y refiriéndose en los términos más obscenos y despectivos a la
Unión Europea y sus gobernantes por vacilar en el enfrentamiento a Moscú.
Pero la política de esos títeres de
Kiev –como el intento de proscripción de la lengua rusa y, en general, la hostilidad
hacia Rusia– golpeó sobre la mitad o más de la población del país, que vive en
el este de Ucrania, es ruso-hablante y deseaba más bien la unión con Rusia y no
con la UE. Esto facilitó que Moscú, apoyándose en esos sectores, recuperase
Crimea, y que en el este ucraniano se desencadenase una segunda rebelión por la
ruptura total o parcial con Kiev y el acercamiento a Rusia. La guerra civil que
siguió a esto no ha finalizado todavía, más allá de sucesivas negociaciones y
“treguas”. Pero continúa en cámara lenta, prolongándose en una situación de “ni
paz ni guerra”.
Simultáneamente, esto ha llevado no
sólo a la partición de hecho de Ucrania sino también a la ruina de ambas
porciones. Un economista ucraniano (pro occidental) resume en pocas palabras el
panorama visto desde Kiev: “Desindustrialización, degradación y despoblación”,
en un cuadro de corrupción escandaloso (“La corrupción y la crisis económica
amenazan con colapsar Ucrania”, El País, 15-2-16).
Lo que aquí interesa subrayar son
algunas consecuencias geopolíticas. La línea de cerco, provocaciones y
finalmente sanciones, impulsada por EEUU y acatada por la Unión Europea, lejos
de poner a Rusia de rodillas, fue llevando al Kremlin, bajo Putin a abandonar
las políticas de conciliación a toda costa.21 Más bien, en medio de una grave
crisis económica alentada por la caída de los precios de hidrocarburos, se ha
fortalecido una línea de autoafirmación del Estado ruso, en un extraño cóctel
donde se mezclan la exaltación del Imperio de los zares, de la Iglesia Ortodoxa
Rusa, del régimen de Stalin (junto con el categórico repudio a Lenin) y del
triunfo en la “Gran Guerra Patria” contra la Alemania nazi.
Por último, es probable que sin la
colisión geopolítica de Ucrania Putin hubiese pensado dos veces antes de
intervenir en Siria, donde ha obligado a EEUU a tratar de igual a igual una
salida política.
Asimismo, las sanciones económicas
aplicadas por Occidente no han impulsado la rendición de Moscú, sino un giro
hacia China. La dependencia de la Unión Europea para la venta de los
hidrocarburos rusos se ha revelado geopolíticamente peligrosa. Por eso, desde
la crisis de Ucrania, Moscú viene cerrando con China acuerdos de venta que han
desplazado a Alemania como principal comprador.
3.4 América Latina: crisis y
naufragio del bloque “progresista”
En América Latina, en especial en
Sudamérica, las crisis económicas y políticas de Venezuela y otros estados, el
escandaloso proceso “destituyente” de Brasil y la asunción en Buenos Aires de
un gobierno neoliberal rabioso que se proclama abiertamente siervo de
Washington abren a EEUU la oportunidad de intentar restaurar el sometimiento de
los 90. Esto no sólo atañe a las relaciones de cada uno de sus estados con el
amo del Norte, sino que también pone en cuestión varios agrupamientos e
instituciones latinoamericanas como el Mercosur, la CELAC (Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños), el ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de
Nuestra América), etc., que expresaron –muy tímidamente– las pretensiones a una
mayor independencia respecto de EEUU.
Es obvio que EEUU desearía liquidar
el Mercosur –como en su momento intentó George W. Bush mediante el fracasado
ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas)– y que sus miembros se incorporen
al Trans-Pacific Partnership (TPP, que con Trump podría quedar liquidado). Lo
mismo sucede en relación con la CELAC, nacida en 2010, en el cenit de la
influencia del chavismo y los gobiernos “progresistas” latinoamericanos. Aunque
la CELAC está lejos de haber enfrentado en algo serio al imperialismo yanqui,
tiene un pecado de nacimiento: en ella no participan EEUU ni Canadá. Su sola
existencia es un hecho “molesto”. Por eso, EEUU desearía volver a la
“normalidad”: que quede sólo la tradicional OEA (Organización de Estados Americanos),
con sede en Washington, que ha sido (bajo distintos nombres) su ministerio de
colonias desde fines del siglo XIX.
Las crisis económicas y políticas que
han derribado o debilitado en mayor o menor medida a los gobiernos
“progresistas” se inscriben en algunos denominadores comunes. Éstos incluyen el
fin del ciclo de bonanza de los precios de las materias primas (commodities) y,
sobre todo, que ninguno de esos gobiernos, de Chávez a Lula, pasando por los
Kirchner, aprovechó esa oportunidad para capitalizarse y revolucionar su matriz
productiva típica de países dependientes. O, como mínimo, tomar medidas
preventivas de una caída. Y, por supuesto, ni hablemos de un cambio real,
revolucionario, de sistema social.
A nivel geopolítico, esto tiende
ahora a agravar la dependencia y el sometimiento de esos Estados frente al
imperialismo yanqui, en primer lugar. Sin embargo, el panorama no alcanza a ser
totalmente monocolor, como en los 90. En algunas situaciones, el péndulo podría
comenzar a moverse en sentido contrario. Es que todo es cualitativamente más
inestable que los 90, la década de gloria de la contrarrevolución neoliberal.
Tal podría ser el caso de Argentina, con Macri. Y es posible que Brasil vaya en
el mismo sentido, dados los personajes que han depuesto a Dilma Roussef y las
medidas económicas y políticas brutales que comienzan a aplicar.
Lo peor, lo más desfavorable y con
repercusiones mundiales, es el caso de Venezuela. El régimen chavista –que
apareció falsamente como el más “progresista”, “revolucionario” y hasta
“socialista”– es el que ha conducido a la situación más catastrófica. Hasta
ahora, con prudencia, el imperialismo yanqui lo está dejando pudrirse, aunque
apoyando mediática y financieramente a la oposición de derecha, que hoy supera electoralmente
al desgastado presidente Maduro. Es que un intervencionismo demasiado directo y
abierto podría activar los anticuerpos antiimperialistas en Venezuela y el
continente. Asimismo, a Washington, como también a los gobiernos y burguesías
europeas, les viene muy bien el espectáculo tan trágico como grotesco del
desastre del chavismo.
Gracias a Maduro, los imperialismos
de Occidente han logrado montar en los medios un reestreno del “fracaso del
socialismo”, la tragedia que a fines de los 80 e inicios de los 90
protagonizaron Gorbachov y Yeltsin, liquidando a la Unión Soviética. Pero el
reestreno toma la forma de un esperpento de Valle-Inclán.
Ahora, lo de Venezuela –aunque de
muchísima menos envergadura que el derrumbe de la URSS– trata de ser instrumentado
en el mismo sentido. Así, en las reiteradas elecciones españolas, el desastre
del “socialismo” en Venezuela ha sido uno de los temas de campaña principales
de la derecha conservadora (PP y Ciudadanos) y social-liberal (PSOE).
2.5. África subsahariana y sus
“estados frágiles”
Por último, el África subsahariana
presenta un panorama geopolítico particular. Un especialista lo define diciendo
que en esa región se concentran abrumadoramente los estados frágiles del
planeta, que serían los estados en situaciones de “conflictos abiertos o
larvados, post conflicto o reconstrucción”. Situaciones que, además, en esa
región se plantean o degradan con mucha rapidez.
Lo primero a tener en cuenta, es que
el mismo concepto de “subsahariano” es cuestionable. En África existen casi
sesenta “entidades” estatales o paraestatales. La gran mayoría son estados
reconocidos y formalmente “soberanos”.22 Pero de esos, sólo a cinco de ellos
(Marruecos, Argelia, Túnez, Libia y Egipto), por dar al Mediterráneo, no se los
clasifica como “subsaharianos”.
Efectivamente, esos países y estados
son parte del mundo cultural y político árabe, y no es incorrecto considerarlos
geopolíticamente parte de Medio Oriente, tomado en sentido amplio. Pero, al
mismo tiempo, hay vasos comunicantes más o menos importantes entre ambas
regiones de África. Así, en varios de los estados “subsaharianos” vienen siendo
un grave problema las operaciones de organizaciones islamistas yihadistas, como
Boko Haram en Nigeria, Camerún, Chad, Níger y Mali, que además se reivindica
componente del Estado Islámico. Algo parecido sucede en Somalia y sus vecinos.
Asimismo, hay otra región geopolítica
africana de cierta importancia que es dudoso incluir en la dos ya citadas. Nos
referimos al llamado Cuerno de África, que da sobre el mar Rojo. Allí están
Abisinia, Eritrea, Yibuti, Somalilandia y, parcialmente, Somalia. Hoy esta
región está convulsionada por crisis políticas (Abisinia), recrudecimiento de
conflictos armados (Abisinia vs. Eritrea); guerrillas y luchas de clanes
(Somalia), etc.
Por otro lado, el conjunto
“subsahariano” engloba a estados con diferencias tanto o más notables que las
que existen con los países africanos del Mediterráneo. Sudáfrica, por ejemplo,
en el extremo sur, fue considerada uno de los BRICS junto con Brasil, Rusia,
India y China, es decir, uno de los llamados “países emergentes”. Aunque hoy
Sudáfrica atraviesa una seria crisis económica, presenta un panorama muy
diferente al de la faja de países que se extiende desde el Sáhara hasta más
debajo de la línea ecuatorial (paralelo 0º). Es en esa faja donde han sido más
notables y generalizadas la fragmentación estatal, las guerras y los conflictos
tan largos como sangrientos. Asimismo, es en esa faja donde se presentan las
mayores desigualdades y niveles de pobreza.
En esa “fragilidad” crónica de muchos
de los Estados africanos –especialmente de los últimos que mencionados– se
entrecruzan una combinación compleja de causas. En primer lugar, lo decisivo,
está su prehistoria colonial, que la independencia formal no solucionó. La
acción de Europa significó no sólo la más brutal explotación y sometimiento,
que incluyó primero la “caza del hombre” (y la mujer) para ser exportados como
esclavos a las Américas, y luego la explotación de los colonialismos europeos.
En África, la depredación de esos colonialismos fue aun más atroz que en
sociedades precapitalistas más desarrolladas como las de Asia y Medio Oriente.
Las independencias posteriores a la
Segunda Guerra Mundial, que implicaban la constitución de estados propios,
nacieron cargadas de problemas. En primer lugar, los nuevos estados se
construyeron sobre las fronteras (y los cimientos) de las antiguas colonias, lo
que ya revelaba que detrás de ese cambio había también una continuidad. Esto no
sólo balcanizó al continente en un número absurdo de estados; lo peor fue que
esta fragmentación generalmente tenía poco que ver con las reales diferencias
etno-tribales, de lenguas, etc., de sus pueblos.
Sobre esas complejas estructuras
sociales –en que el capitalismo se combina con formaciones económico-sociales
precapitalistas– se impusieron superestructuras estatales copiadas en sus
formas de los estados europeos. Hubo dos modelos, uno peor que el otro: o el de
países europeos que habían colonizado allí o el de los regímenes stalinistas de
partido único que aún pasaban por “socialistas”.
En la práctica, en ambos casos, por
detrás del decorado democrático-liberal o pseudo-“socialista”, una elite civil
y/o militar, inicialmente formada y educada bajo la colonia, generalmente
separada por un abismo del resto, asumía la suma del poder. A partir de allí,
bajo distintas etiquetas, incluso “socialistas”, se fueron sucediendo las
dictaduras más atroces de presidentes cien veces reelectos… hasta que una guerra
y/o golpe militar los derrocaba, sólo para reemplazarlos por personajes
parecidos.
Si esto se mezclaba con diferencias y
tensiones etno-tribales, más la intervención de estados y corporaciones
extranjeras para el saqueo de materias primas, tenemos entonces horrores como
la Guerra del Coltán o “Guerra Mundial Africana” que causó unos 4 millones de
víctimas, directamente o por las hambrunas y enfermedades provocadas por ella.
Esta guerra, que comprometió a nueve estados y a unas veinte facciones armadas
distintas, se inició en 1998, y con intervalos de “paz” se fue prolongando en
la primera década de este siglo.
La clave de la guerra más mortífera
de la historia africana fue la disputa entre corporaciones de EEUU y la Unión
Europea, a la que luego se sumó China, por el coltán, mineral imprescindible
para la fabricación de equipos electrónicos. Este ejemplo ilustra por qué
África, el continente más rico en recursos naturales del planeta, presenta los
peores indicadores de desarrollo socioeconómico.
Desde el punto de vista geopolítico,
en los últimos años el cambio probablemente más importante parece ser el
desembarco y extensión de la influencia de China. Como dijimos, China se ha
convertido en el principal socio comercial de África. Y los planes de la “ruta
de la seda” contemplan también emprendimientos de puertos y ferrocarriles, en
especial en los países que dan al Océano Índico.
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